La reciente experiencia en el manejo de la emergencia tras un fenómeno natural, como fue el caso del huracán Otis que golpeó las costas del Estado de Guerrero el 25 de octubre de 2023, da pie para compartir un programa que el Departamento de Arte estableció tras el terremoto del 19 de septiembre de 2017.
Antes de recuperar la experiencia de las llamadas Brigadas patrimoniales, debe mencionarse que en el curso “Manifestaciones de los espacios americanos, 1521 a1700”, de la licenciatura en Historia del Arte de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México los estudiantes visualizaron una serie de cartografías de Acapulco, que dan cuenta de la situación del puerto durante los siglos XVI al XVIII. Alumnas y alumnos comprendieron con ello que, como ha ocurrido con muchos otros establecimientos del siglo XVI, poblaciones como Acapulco se han transformado de manera radical a partir de sus actividades económicas y del desarrollo urbano sin control, pero también a consecuencia de fenómenos naturales. Este puerto del Pacífico se ha visto devastado en diferentes momentos de su historia; lamentablemente, la presencia de un meteoro como el que contemplamos en días recientes, de enorme magnitud, volverá a ocurrir.
Terremotos, huracanes, inundaciones, erupciones, deslaves y otros acontecimientos con alta capacidad destructiva son recurrentes. El análisis del paisaje a través de las técnicas y métodos de que dispone la Historia del Arte, de los estudios visuales y también de la investigación de archivo y las valoraciones de disciplinas como la geología, la biología y la ecología, entre otras, permite reconocer el impacto que el ser humano genera sobre el espacio; del mismo modo, es posible conocer cuál ha sido, y es, el papel que la naturaleza juega en el mismo proceso de cambio. Bajo estas premisas, y como sociedad, podemos tomar conciencia y prepararnos del mejor modo posible para afrontar ese tipo de eventos.
En 2017 la comunidad universitaria se volcó solidariamente tanto a los acopios como a las acciones de rescate, de atención en campamentos y otras tareas, lo mismo de emergencia que de cuidados. Profesores y alumnos sufrieron pérdidas entonces; muchas de ellas se limitaron a lo material, como fue la destrucción parcial o total de su vivienda; pero otras personas vivieron duelos por la muerte de personas queridas o cercanas. Para las generaciones que nacieron después del terremoto de 1985, la posibilidad de una catástrofe de esta naturaleza era prácticamente inexistente. El desengaño vino no sólo con el sismo: se alimentó con el potencial de las redes sociales de transmitir, en tiempo más o menos real, los detalles de la tragedia.
Si bien lo importante era participar en las tareas de rescate y de apoyo a las víctimas, a los pocos días se manifestaron diversas inquietudes:
1. Si existe la probabilidad de que estas situaciones sean recurrentes, ¿por qué la sociedad no se prepara realmente? Es decir, además de los simulacros, que no contemplan los centenares de imponderables que se pueden manifestar en un acontecimiento real ¿por qué la sociedad civil es la que tiene que hacerse cargo de ella misma?
2. Surge la interrogante de cuál es el papel de las instituciones del Estado frente a los desastres naturales. Se esperaría la existencia de almacenes con insumos, tanto de alimentos como de medicinas, material de salvamento y de supervivencia. Es evidente que no hay refugios permanentes y que las fuerzas armadas no tienen capacidad real para coordinar acciones amplias para proteger a la población civil.
3. ¿Por qué razón los actos de corrupción que se develan tras la tragedia -como son las fallas en la aplicación de reglamentos de construcciones-, permanecen impunes en su mayoría? Fue evidente que la administración pública tenía capacidad para disminuir los efectos del acontecimiento natural siguiendo protocolos ya establecidos por las leyes y sus reglamentos.
4. Pero, además, ¿qué puede hacer un estudiante de humanidades y artes, además de sumarse a los grupos de salvamento o asistencia?
Sorprendió sobremanera que a escasas horas del meteoro acapulqueño se tuvieran las cifras millonarias sobre el coste de la reconstrucción o rehabilitación de espacios de vivienda, educación, comercio y religión, entre otros. Además, en la comunidad universitaria nos percatamos de inconsistencias en los padrones y registros oficiales, fundamentalmente de los bienes públicos que resultaron afectados. Al mismo tiempo, fuimos testigos de las distintas problemáticas a las que se estaban enfrentando las poblaciones y sus habitantes: no se comprendía la destrucción en otras dimensiones, como es la ruptura del tejido social, la interrupción o cancelación de tradiciones y ritualidades, las pérdidas económicas por la cancelación del turismo internacional o nacional, entre otros muchos aspectos de lo cotidiano.
Por poner un ejemplo, notamos que una importante cantidad de patrimonios históricos y artísticos resultaron dañados, mismos que las autoridades consideraron espacios no prioritarios que debían seguir procesos altamente burocráticos para ser rehabilitados. Lo que no pudo medirse es que muchos de esos lugares eran esenciales en la vida cotidiana, pues algunos que estaban habilitados como templos de culto cumplían con funciones asistenciales (para propiciar la salud física y mental de los habitantes, el vestido, la alimentación, la educación y otros) además de emocionales. Otros sumaban un componente económico para la comunidad y su importancia podía medirse en el número de familias y personas a quienes brindaban apoyo.
Por todo lo anterior, se decidió establecer un programa al que llamamos Brigadas patrimoniales. Al hablar de “patrimonio” queremos contemplar una diversidad amplia de edificaciones y espacios que son necesarios para la vida de una comunidad. Permiten la interacción social, las prácticas culturales, pero también el ejercicio de profesiones y actividades de trascendencia religiosa y política. El cuidado, preservación y recuperación del patrimonio, en el sentido antes mencionado, es un aliciente para lo cotidiano, para el futuro y para la paz.
¿Qué significan entonces las Brigadas patrimoniales? Se trata de espacios de preparación para la intervención en situaciones de desastre. Hemos comprendido que nuestro rango de acción está en la proximidad, pues contribuir a que las personas rehabiliten o recuperen sus patrimonios simbólicos es una tarea que requiere de agencia, de seguimiento constante. Implica formar a nuestro estudiantado en la conciencia de que, sin importar intereses y situaciones, las emergencias deben de activarnos no sólo para colaborar en el rescate y los cuidados, sino para acompañar en procesos administrativos, técnicos y legales frente a las autoridades federales, estatales y municipales.
Las Brigadas patrimoniales reconocen que la cultura es un patrimonio que se fractura en la catástrofe y en el accidente, y que debe de prevalecer como una manera de resiliencia y supervivencia, siendo innecesario condenar a las generaciones futuras a perder sus vínculos con la cultura de su entorno, al desarraigo y privarles de sus raíces. La ruta de acción consiste en tres momentos:
1. Anticipación: concientizar a las poblaciones estudiantiles sobre la trascendencia de los patrimonios comunitarios y el papel que juegan para recuperar o reconstruir el tejido social. Conocer el entorno y los riesgos asociados. Producir materiales informativos y asegurar recursos para la operación en un escenario catastrófico.
2. Acción en la catástrofe: la prioridad es salvaguardar a los integrantes de la comunidad, reconocer el estado de sus familiares y personas cercanas, y estar en posibilidad de sumarse a las brigadas de ayuda y asistencia humanitaria.
3. Recuperación: iniciar la aproximación con miembros de la comunidad afectada en la cual se establece la brigada patrimonial. Contribuir a la realización de inventarios, gestión de documentación, registro fotográfico y testimonial. Ayudar a la gestoría con los órdenes de gobierno, la iniciativa privada y las organizaciones civiles.
Para las Brigadas patrimoniales las personas son la prioridad, y no especialmente los edificios catalogados por su carácter histórico o artístico. Se busca recuperar los espacios simbólicos, los patrimonios tangibles e intangibles, y contribuir mostrando a la ciudadanía y a las instituciones otras maneras de transitar hacia una nueva normalidad.
Por último, los aprendizajes de las brigadas patrimoniales pueden contribuir a políticas públicas y a la acción privada ante desastres. Pueden, asimismo, replicarse en otros centros educativos de nivel medio superior y superior.
Semblanza
Alberto Soto Cortés. Licenciado, maestro y doctor en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras, y el Instituto de Investigaciones Históricas -en el caso del posgrado- de la Universidad Nacional Autónoma de México. Posee experiencia en investigación, docencia y divulgación en distintos ámbitos de historia, arte, gestión y políticas culturales. Cuenta con publicaciones, exposiciones y decenas de ponencias y conferencias. Le interesan los imaginarios y las transferencias culturales, así como la cultura visual y los aspectos actuales sobre el quehacer artístico y cultural. Es integrante del Observatorio de Arte y Cultura y ha organizado distintos congresos y conferencias en torno a los derechos culturales y la participación del sector público y privado en los mismos. Participó en el equipo que dio vida a Mondiacult Universidades, en 2022. En la actualidad es académico de tiempo completo y director del Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.